Guyaquil, Colombia

Nouvelle :

Nouvelle publiée en espagnol dans le Heraldo del Henares n°149. Vous trouverez à la suite la traduction en français.

 

Guayaquil, Colombia.

 

La sesión de fotos se va alargando hasta quedarse interminable. El niño, de pie, delante de una palmera, se balancea de un lado para otro y se le nota la impaciencia. Le aprieta el uniforme escolar que le mandaron vestir y con los continuos movimientos se le comienza a aflojar el mechón rebelde que tanto tiempo pasó en arreglárselo Tía Pepa.

 

-“¡Mira qué bonito va a quedarse mi niño!, anda, ¡qué guapo estás!”
    
-“Vuélvete un poco por este lado, no tanto, así ... sí, está bien, no te muevas, por favor, bien, que casi estamos. Gira un poco más y ... ya está . Una más y ¡se acabó.”

 

Bien sabe el niño porque pone tanta insistencia el fotógrafo en que encuentre la buena postura. Es un secreto de a voces y además ya se lo adelantó Tía Pepa. “Que el director del Orfanato va a enviar tu fotografía a una familia francesa, de París, sí señor ; a ver si te lleva la cigüeña hasta allá y ellos te adoptan como hijo. Franceses, de París, imagínate, a ver si te animas un poco y sacas tu mejor sonrisa para la foto, ¿eh?”

 

Sí, claro, la mejor sonrisa, si no se vale de su sonrisa, no sabe de que podrá valerse, e incluso así su mejor sonrisa no podrá colmar el defecto que se empeña en disimular el fotógrafo. No estaba como para olvidar cómo se armó la marimorena aquella noche en que se convirtió en héroe del barrio, ni los berridos que daba y las voces despavoridas de las vecinas que habían salido al descanso en que dormía para ver lo que ocurría. “¡ Una rata, una rata !” gritaba histéricamente una de ellas y las otras llamando a voces a su mami ; incluso había algunas que le decían a ella“¡ Desgraciada !, ¿te has enterado? Hay que ser fresca para dejar así a tu niño durmiendo solito en el descanso, con las ratas ésas que merodean por ahí.” Su mami se había encogido de hombros y de mala gana había tomado en brazos al pequeño héroe de la nariz roída por la rata antes de volver con él al cuarto del que salía refunfuñando un señor a quien no conocía. Nunca más lo puso su mami a dormir en el descanso, incluso cuando venían más señores que compartían su lecho con ella.

 

 

            Guayaquil,Normandía
    

Ya sabían dónde iban a instalar a su hijo, ya estaba preperada la habitación ; el despacho que estorbaba el cuarto había ido a parar al salón y los libros de las estanterías habían terminado en viejas cajas en el desván, liberando así el espacio que recibiría pronto peluches y libros para niños. Habían quitado el viejo empapelado, colmado las fisuras, apomazado las imperfecciones de las paredes y pintado con patrones una retahila de animales que alegraban las paredes. No faltaban sino los muebles de bebé. Todavía su marido vacilaba en comprarlos, decía que más bien valía mejor ser precavido, que no hacía falta precipitarse, que les sobraba tiempo para gastar todo el dinero ahorrado para su niño. ¡Ya no aguantaba esperar más! ¡Cómo entendía a las jóvenes madres a quiénes había oído decir que nueve meses es mucho tiempo para tener un niño! Desde hacía algún tiempo esquivaba las invitaciones a comer de sus colegas para volver a casa y saborear momentos de soledad que la acercaban en sueño a su hijo. ¡Era demasiado duro esperar!

 

            Cuando volvía a casa primero pasaba por el cuarto de su hijo, se sentaba en el suelo a hojear los catálogos para bebés que se había traído de tiendas especializadas e iba informándose de las novedades, inquieta por las exigencias y las necesidades de los bebés, preguntándose si sería capaz de cuidar a ese niño tan esperado. Indefectiblemente terminaba por ir a acariciar un pequeñito par de calcetines que le parecían diminutos y que guardaba escondidos debajo de la pila de las sábanas del armario.

 

           No hubiera tenido que comprarlos, bien lo sabía, pero ¡tan duro era esperar a este bebé tan soñado! ¡Ya se figuraba su primera Navidad, la primera Navidad de los tres! Imaginaba el asombro del niño, de su bebé ante el árbol, el descubrimiento de los primeros copitos, sus pinillos, luego el orgullo del marido al enseñarle a montar en bicicleta. Claro que no era para tanto, que había que esperar, pero era menos duro esperar soñando y construyendo planes para el futuro para este bebé con el que iban a edificar una nueva vida partiendo de cero. Así era mucho menos duro, la espera se volvía casi soportable.

 

 

Guayaquil,Colombia. 

 

Así que va a tener una nueva mamá, de París, eso dicen ; ¡qué va!, que eso es imposible, además ya tiene mami, no puede verla porque se lo impiden pero la recuerda perfectamente.

           -“Mi angelito, mi cielito”
    
          Como miraba a su mami, cuando ella se estaba despertando y desperezando con la luz del sol bien entrada en el cuarto en que dormían. “Mi angelito, mi cielito” repetía su mami a la niña pequeña que dormía en una cuna al lado de su cama. Recuerda cómo su hermanita agitaba sus manitas en un intento de captar la atención de su madre y con el deseo de salir de su camita. Al mismo tiempo articulaba gritando: “Mami, mami”. Y él también lo murmuraba bajito y decía igualmente “Mami, Mami” sin mover los labios, por no molestar y seguir disfrutando de la sonrisa de su madre. Era el único momento del día en que podía acecharla sin recibir algún cachete o una reprimenda ; no era que esperara sonsacarle una sonrisa ni menos una caricia. No, ya sabía a sus pocos años que el desengaño viene rápido. Y por eso se apresuraba en enrollar el jergón y la manta que le servían de lecho para dejarlos debajo de una mesa de madera.

 
            Guayaquil,Normandía

El antiguo despacho ya vaciado de los viejos muebles iba perdiendo su estatuto de cuarto neutro y trivial ; comenzaba a llenarse de documentos de cualquier tipo, más o menos serios sobre la educación de los niños, que iban amontonándose allí con un fervor perfeccionista : todos estos meses tan largos pasados a esperar le ofrecían la oportunidad de responder a todas estos interrogantes febriles que la agobiaban. Admiraba en secreto a esas mujeres que afirmaban que había que actuar con naturalidad y escuchar su corazón, pero hablaban por experiencia ; ellas tenían a su postrer niño cuando ella se preparaba para acoger al suyo, a su primer hijo. No era que se considerara mayor, no, pero ¿quién iba a enseñarle a
arreglárselas con un niño chiquito, a hablarle, a saber ser severa sin exceso? ¿Y los primeros baños, y los mimos? Todas estas preguntas que colmaban la espera del niño iban sumergiéndola y la dejaban en un estado de dudas permanente.

 

 

           Guayaquil,Colombia.    

No siempre dormía en el cuarto de su mami, a veces bajaba a la calle, buscaba viejos
cartones que los vecinos tiraban por el lado de los grandes contenedores de la basura y se las arreglaba con trozos grandes de cartón para pasar la noche fuera; eso sí que en poco tiempo había aprendido a mejorar su técnica de componer la cama de cartón, no como la primera vez que su mami le echó a la calle ; sin avisar se encontró así de repente en la calle desamparado y desorientado, huyendo de las bofetadas y de las injurias de su mami ; viéndolo bien, no podía echarle la culpa a ella ; la papilla , no era para él, bien lo sabía, pero la verdad, es que con aquel olor tan bueno a chocolate y la cara de gloria de su hermanita, él no se pudo resistir y alcanzó una cucharita y la hundió con delicia en la papilla . Iba a repetir cuando sintió que su mami le tiraba del pelo y le gritaba furiosa :

 

“Mira, ¿qué se cree ése?, le decía su mami atropellándole y dándole empujones, ¡qué! ¿que la papilla de la hermanita era para él?, tonto, desgraciado, sal de aquí, fuera. ¡Estorbas!

 

Se había refugiado en la calle, sus pasos le habían conducido detrás de los contenedores y había visto cómo los otros chicos del barrio se las apañaban con los cartones; no quedaban ya muchos cuando llegó y tuvo que contentarse con uno pequeño que se empeñó en desmontar concienzudamente. No le cubría sino las rodillas y empezaba a notar el frío cuando su mirada se detuvo en un perro callejero, que le estaba mirando a unos pasos. De inmediato se habia fijado en la oreja derecha del perro ya que la tenia como desgarrada y le colgaba deshilachada. Lo había llamado suavemente : “angelito, cielito, ven” y el perro se aproximó, con la cabeza gacha, hacia él, se acurrucó contra él y compartieron calor .

 

Se había acostumbrado a dormir allí, en la calle, volviendo a reunirse con el perro ese, que parecía esperarle. Se iban multiplicando las veces en que dormía fuera. Es verdad que su mami ya no le dejaba dormir en el descanso ; incluso desde aquel episodio de la rata y de las vecinas su mami le daba alguno que otro platito de papilla, una riquísima de chocolate, de chuparse los dedos, y después le mandaba a la cama, y él, nada, bien tranquilito, sentía que le venía el cansancio y entraba en un sueño profundo del que a duras penas conseguían sacarle.

 

Se repetía la escena cada vez que un señor venía a visitar a su mami ; hasta que un día, puede ser que su mami se olvidó de la papilla que le ayudaba a conciliar el sueño, un señor de los que la visitaba, paró en seco de darle besos a ella al ver cómo lo miraba en la penumbra, con sus dos ojitos extraños. Se acuerda que hubo gritos, ruidos de sillas caídas, y que su mami lo cogió del brazo expulsándolo del cuarto a cachetadas : “¡fuera, maldito, que me estás estropeando el negocio!” . Y otra vez a reunirse con el perrito, en la calle. Cuando volvía a casa, no importaba la hora que fuera, su mami le preparaba una merienda, la misma que la de la hermanita, la mayoría de las veces la papilla de chocolate y le instaba a que comiera ; se acuerda de que el rostro de su mami poco a poco se iba disfuminando, que su voz se iba mezclando con las risitas de su hermana, y que sólo se despertaba al día siguiente, otra vez trasladado a la calle, la verdad es que no sabía cómo.

 

            Una vez, hasta la abuela Encarna vino a sacarle de debajo de sus mantas de cartón , sacudiéndolo para que emergiera del sueño, asustando al perro que no dejaba de ladrar, lo cual acabó de despertarlo por completo. “Será posible”repetía la ancianita, “Dios mío, ¿en qué estado estás ?, hijo, despierta, despierta” Y otra vez tirado del brazo, somnoliento, llevado al cuarto de su mami, no se acuerda cómo, pero sí de lo que se acuerda perfectamente es de la gritería, de la riña de las dos mujeres : “Que tú eres la madre, que es tu obligación cumplir con tu deber y criarlo como Dios manda, en casa ; ya está bien, que no tuvo orientación de padre,

pobrecito, que tú eres la madre, la madre, ¿a ver si te enteras?”

 

          Eso de que no tenía papi era exacto y eso que no le hubiera venido mal ; dicen que el suyo era un desgraciado que andaba por ahí, de camello; él ni se acuerda, sólo sabe que su papi murió en un tiroteo que hubo en el barrio ; eso le oyó decir a su abuela.

     Duró poco tiempo el que pasó en casa con su mami y la hermanita, y no tardó en volver a la calle, con el perro. Hasta que lo pillaron los del Orfanato y vino a parar a las manos de Tía Pepa. Así que mujeres y mamás que cuidaban de él ya le sobraban : la abuela Encarna, Tía Pepa y ahora esa francesa de París, lo que faltaba. Aunque lo que de menos echaba de veras era su mami. Oyó al director repetir a Tía Pepa que su mami había dicho que no quería verlo nunca más, que de mayor bien podía hacerse camello o cualquier cosa, con tal de que no la estorbara ni la molestara. Así que quietecito se aguanta la sesión de fotos.
    
    
             Guyaquil,Normandía.

 

             Un viernes cualquiera como tantos otros, Correos había depositado en el buzón una carta, una carta de Colombia, con sello del Orfanato ; no esperó a que su marido volviera del trabajo, la abrió. Primero vio la foto de aquel niño de piel morena, posando tan serio, tan sólo con sus ocho añitos ; eso rezaba la fotografía. Miguel. Ocho años. ¡Qué curiosa esta foto, se acercó a ella , no, no era un defecto del cliché, no, es que, ¿cómo podía ser?, le faltaba al niño una parte de la nariz, no se lo podía creer, pero ahora lo veía claramente, su nariz estaba como desgarrada y deshilachada. Se apoderó del informe del chico, y lo leyó todo de cabo a cabo, mientras rodaban por sus mejillas lágrimas de impotencia ; decía así : buen estado de salud, madre prostituta ...abandono..., en la calle..., padre muerto..., un tiroteo..., recogido por la furgoneta del Orfanato, tentativa de en...envenenamiento por parte de la madre,... guayaquil , somnífero potente, violento, ...pérdida de la patria potestad... Un sofoco, tenía que salir, andar unos pasos, necesitaba aire. Iría hasta la cruz de la carretera, delante de la cual pasaba todas las mañanas. Le habían contado, que años antes de que se instalaron en el barrio, un chico habia muerto, allí, en la cuneta, después de atropellarle un coche. Antes de salir del jardín, cogió una rosa blanca, la apretó en la mano. Iría a depositarla junto a las flores de plástico, iría cada viernes : se había muerto su sueño de hijo...

 

          - « Miguel ven acá a quitarte el uniforme, que lo vas a    estropear “. Ordenó Tía Pepa al niño “Vaya demonio de niño, ¿dónde se habrá metido? pensó ella escrutando el jardín. “¡En los rosales!, será posible, sal de allí,ven por acá” seguía gritando Tía Pepa.
    
           -“Ya voy” respondió el niño y salió disparado corriendo hacia ella con una rosa blanca en la mano.

 

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TRADUCTION EN FRANCAIS

Guayaquil, Colombie.

 

           La séance de photos s’étire jusqu’à en devenir interminable. L’enfant, debout, devant un palmier, se balance d’un pied sur l’autre et son impatience commence à se faire sentir.L’uniforme scolaire qu’on lui a demandé de passer le serre, et les continuels mouvements qu’il fait commencent à défaire la mèche rebelle que Tia Pepa a passé tant de temps à lisser.

- “ Regardez un peu comme monsieur est élégant!, voyez-moi ça ! Comme tu es beau, mon trésor !”

- “Tourne-toi un peu, de ce côté, non pas autant, comme ça ... oui, c’est bien, ne bouge pas, s’il te plaît, bien, on y est presque. Tourne un peu plus et ... ça y est ! Encore une, et c’est fini!” 

L’enfant sait bien pourquoi le photographe insiste tant pour qu’il prenne la bonne pose. C’est un secret de polichinelle et, de toutes façons Tia Pepa le lui a déjà dit. “Le directeur de l’Orphelinat va envoyer ta photographie à une famille française, à Paris, oui, monsieur, comme je te le dis, à Paris ; sûr que la cigogne va t’emmener là-bas et qu’ils vont t’adopter comme leur fils. Des Français, de Paris, tu te rends compte ? Allez, un effort, fais-nous ton plus beau sourire !»

Oui, bien sûr, son plus beau sourire, s’il ne fait pas valoir son plus beau sourire, il ne sait pas de quoi il pourra bien se faire valoir ; et même comme ça, son plus beau sourire ne pourra pas combler le défaut que le photographe s’évertue à cacher. Il n’est pas près d’oublier le bruit de tous les diables qu’il se fit cette nuit-là et qui le transforma en héros du quartier, ni les braillements qu’il poussait et les cris d’orfraie des voisines terrorisées, sorties voir ce qui se passait sur le palier où il dormait. “Un rat, un rat” criait l’une d’elles hystériquement tandis que les autres appelaient à grands cris sa maman ; il y en avait même qui lui disaient : “Malheureuse, tu as vu, il faut vraiment être dévergondée pour laisser dormir son enfant tout seul sur le palier, avec tous ces rats qui traînent par ici, vicieuse !” Sa maman avait haussé les épaules et de mauvais gré, avait ramené dans ses bras le petit héros au nez entaillé par le rat en retournant vers la chambre d’où sortait en maugréant un monsieur qu’il ne connaissait pas. Sa maman ne l’avait plus jamais remis à dormir tout seul sur le palier, y compris quand venaient d’autres messieurs qui partageaient son lit avec elle.

 

Guayaquil, Normandie.

          Ils savaient déjà où ils l’installeraient leur enfant, sa chambre était prête ; le bureau qui encombrait la pièce qu’ils lui destinaient était arrivé dans le salon et les livres des étagères avaient rejoint de vieilles caisses au grenier, libérant l’espace pour y recevoir bientôt des peluches et des livres pour enfants. Ils avaient arraché le vieux papier peint, rebouché les fissures, poncé les imperfections des parois et peint au pochoir une ribambelle d’animaux qui égayaient les murs. Il ne manquait plus que les meubles de bébé. Son mari rechignait encore à les acheter, il disait qu’il était plus prudent d’attendre un peu, qu’il ne fallait pas se précipiter, qu’ils avaient bien le temps d’aller dépenser tout cet argent mis de côté pour leur enfant. Elle n’en pouvait plus d’attendre ! Comme elle comprenait ces jeunes mamans qu’elle avait entendu dire que neuf mois pour avoir un bébé, c’est long ! Depuis quelque temps, elle esquivait les demandes de ses collègues qui l’invitaient à déjeuner pour rentrer à la maison et savourer des moments de solitude qui la rapprochaient en rêverie de son enfant. C’était trop long, trop dur d’attendre ! Quand elle rentrait, elle passait d’abord par la chambre de leur enfant, s’asseyait par terre pour feuilleter quelques instants les catalogues qu’elle avait rapportés de magasins pour bébés et s’informait des nouveautés, s’inquiétait des besoins et exigences des nourrissons, se demandant toujours si elle serait capable d’accueillir cet enfant tant espéré. Elle finissait immanquablement par aller caresser une petite paire de chaussettes qui lui paraissaient minuscules et qu’elle cachait sous les draps de l’armoire. Elle n’aurait pas dû les acheter, elle le savait bien, mais c’était trop dur d’attendre ce bébé tant rêvé, beaucoup trop dur ! Elle imaginait déjà leur premier Noël, un Noël à trois ! Elle voyait l’émerveillement de l’enfant, de leur bébé devant le sapin, la découverte des premiers flocons de neige, ses premiers pas, puis la fierté de son mari quand il lui apprendrait à faire du vélo. Oh, bien sûr, ils n’en étaient pas encore là, il fallait encore attendre, mais c’était moins dur en rêvant et en échafaudant des plans d’avenir communs pour ce bébé avec lequel ils allaient construire une nouvelle vie en repartant de zéro. C’était beaucoup moins dur ainsi, l’attente devenait presque supportable.

 

Guayaquil, Colombie.           

Alors comme ça, d’après ce qu’ils disaient, il allait avoir une nouvelle mère, de Paris ; Il voudrait bien voir ça !, c’est impossible, de plus il a déjà une maman, il ne peut pas la voir parce qu’ils ne veulent pas, mais il s’en souvient parfaitement.

-  “Mon petit ange, mon cœur ”

Comme il regardait sa mère, quand elle se réveillait et qu’elle s’étirait dans la lumière du soleil déjà haut qui entrait dans la pièce où ils dormaient “ Mon petit ange, mon cœur ” répétait sa maman à la petite fille qui dormait dans un berceau à côté de son lit. Il se rappelle comment sa petite sœur agitait ses mains dans sa tentative de capter l’attention de sa mère et son désir de sortir de son petit lit. En même temps, elle articulait : “Maman, Maman”. Et lui aussi il murmurait tout bas et disait comme elle “ Maman, Maman ” sans remuer les lèvres, pour ne pas déranger et pouvoir continuer à profiter du sourire de sa mère. C’était le seul moment de la journée où il pouvait l’observer sans risquer de prendre une claque ou de se faire houspiller ; il n’espérait pas lui soutirer un sourire ni encore moins une caresse. Non, à son âge il savait déjà que la désillusion vient vite. C’est pour cela qu’il s’empressait d’enrouler la paillasse et la couverture qui lui servaient de lit et de les ranger sous une table en bois.

 

Guayaquil, Normandie.

            L’ancien bureau débarrassé des vieux meubles perdait peu à peu son statut de pièce neutre et banale ; il commençait à regorger de documents de toutes sortes, plus ou moins sérieux sur l’éducation des enfants, qui s’accumulaient là avec une ferveur perfectionniste : tous ces longs mois à attendre lui offraient la possibilité de répondre à toutes ces interrogations fébriles qui la tenaillaient. Elle admirait secrètement ces femmes qui affirmaient qu’il fallait agir avec son cœur, avec naturel, mais elles parlaient d’expérience ; à l’âge où elles pouponnaient leur dernier enfant, elle, elle s’apprêtait à recevoir le sien, leur premier enfant. Ce n’est pas qu’elle se sentît vieille, non, mais qui lui apprendrait comment s’y prendre avec un jeune enfant, comment lui parler, comment savoir être sévère sans excès ? Et les premiers bains, et les câlins ? Toutes ces questions qui comblaient son attente d’enfant, la submergeaient et la laissaient dans un état de doute permanent.  

  

Guayaquil, Colombie.

Il ne dormait pas toujours dans son lit, parfois il descendait dormir dans la rue ; il dénichait de vieux cartons que les gens jetaient du côté des grands conteneurs de poubelle et il se débrouillait pour se faire un lit avec quatre bouts de carton et passer ainsi la nuit dehors ; en peu de temps il avait appris à améliorer sa technique pour se faire un lit acceptable, pas comme la première fois où sa maman l’avait jeté dehors ; sans prévenir, il s’était retrouvé d’un seul coup dans la rue désemparé et désorienté, hors de portée des injures et des claques de sa maman ; en fait, à y regarder de plus près, il ne pouvait pas lui en vouloir ; la bouillie, elle n’était pas pour lui, il le savait bien, mais, à dire vrai, en considérant cette bonne odeur de chocolat et la tête réjouie de sa petite sœur, il n’avait pas pu résister, il avait pris une petite cuiller et l’avait plongée avec délice dans la bouillie. Il allait se resservir quand il sentit que sa maman lui tirait les cheveux et criait furieuse :

- “Voyez-moi ça, qu’est-ce qu’il croyait celui-là? » lui disait sa maman en le bousculant et en lui donnant des coups, « hein ? Que la bouillie de sa petite sœur était pour lui ? Idiot, imbécile, sors d’ici, allez ouste, espèce de boulet ! »

Il s’était réfugié dans la rue, ses pas l’avaient mené derrière les conteneurs et il avait observé comment les autres garçons du quartier se débrouillaient pour se faire un lit avec les cartons ; il n’en restait plus beaucoup et il dut se contenter d’un petit qu’il s’acharna à défaire consciencieusement. Il ne lui arrivait qu’aux genoux et il commençait à sentir le froid quand il aperçut un chien qui vagabondait dans la rue et qui s’était arrêté à quelques pas de lui pour l’observer. Il avait tout de suite remarqué l’oreille droite du chien ; elle était comme déchirée et pendait effilochée. Il l’avait appelé doucement : “mon petit ange, mon cœur, viens” et le chien s’était approché, la tête basse, il s’était accroupi et ils avaient partagé leur chaleur.

             Il s’était habitué à dormir là, dans la rue, à retrouver le chien qui semblait l’attendre. Les fois où il dormait dehors se multipliaient. C’est vrai que sa maman ne le laissait plus dormir sur le palier ; et même depuis cet épisode du rat et des voisines, sa maman lui donnait parfois une petite assiette de bouillie, une qui était délicieuse, au chocolat, à s’en lécher les doigts, et après, elle l’envoyait se coucher et lui, comme si de rien, tout tranquille, il sentait que la fatigue venait et qu’il entrait dans un sommeil profond dont on le tirait à grand peine. La scène se répétait à chaque fois qu’un monsieur venait rendre visite à sa maman ; jusqu’à ce qu’un jour, peut-être parce que sa maman avait oublié de lui donner la bouillie qui l’aidait tant à trouver le sommeil, un monsieur de ceux qui lui rendaient visite s’arrêta net de l’embrasser en voyant comment l’observaient dans la pénombre ses deux yeux étranges. Il se rappelle qu’il y eut des cris, des bruits de chaises tombées, que sa maman le saisit par le bras et l’expulsa de la chambre en le frappant: “ Dehors, maudit, tu me gâches mon travail !”. Et de nouveau dans la rue, à retrouver le chien. Quand il rentrait, peu importait l’heure qu’il était, sa maman lui préparait un goûter, le même que celui de sa petite sœur, le plus souvent de la bouillie au chocolat et elle lui demandait de manger ; il se souvient que le visage de sa maman s’estompait peu à peu, que sa voix se mêlait aux rires de sa petite sœur, et qu’il se réveillait seulement le lendemain, dans la rue ; à vrai dire il ne savait pas comment.

Une fois, ce fut même sa grand-mère Encarna qui vint le tirer de dessous ses couvertures de carton , en le secouant pour qu’il émerge du sommeil, effrayant le chien qui n’arrêtait pas d’aboyer, ce qui acheva de le réveiller complètement. “Est-ce possible?” répétait la vieille femme, “Mon Dieu, dans quel état tu es mon petit ¿ Réveille-toi, réveille-toi” Et de nouveau tiré par le bras, somnolent, mené jusqu’à la chambre de sa maman, il ne se souvient pas comment, mais ce dont il se souvient parfaitement c’est des cris, de la rixe entre les deux femmes : “Tu es sa mère, c’est ton devoir, tu dois le respecter et l’élever comme il se doit, chez toi ! C’est bon ?, déjà qu’il n’a pas reçu les conseils d’un père, pauvre gamin ! Tu es la mère, sa mère, c’est bien compris?”

C’était exact qu’il n’avait pas de papa et pourtant ça ne lui aurait pas fait de mal ; on raconte que c’était un pauvre gars qui traînait par là, à faire le dealer. Lui, il ne s’en souvient pas, il sait seulement que son papa était mort dans une fusillade qu’il y avait eu dans le quartier, c’est ce qu’il avait entendu dire à Grand-mère Encarna. Le temps qu’il passa à la maison avec sa petite sœur ne dura pas longtemps et il ne tarda pas à retourner dans la rue avec le chien. Jusqu’à ce que la fourgonnette de l’Orphelinat l’attrape et qu’il vienne aboutir entre les mains de Tía Pepa. C’est pour ça que des femmes et des mères qui s’occupent de lui, il en avait plus qu’il n’en faut : Grand-mère Encarna, Tía Pepa et maintenant cette française de Paris, il ne manquait plus que celle-là ! Bien que celle qu’il regrettât vraiment c’était sa maman. Il avait entendu le directeur répéter à Tía Pepa que sa maman avait dit qu’elle ne voulait plus jamais le voir , que quand il serait grand il pourrait bien devenir dealer ou n’importe quoi, que ça lui était égal, du moment qu’il ne la dérange pas. C’est pour ça qu’il supporte bien sagement la séance de photos.

  

 Guyaquil, Normandie

Un vendredi comme tant d’autres. La Poste a déposé dans la boîte une lettre, une lettre de Colombie, avec le cachet de l’Orphelinat; elle n’a pas attendu que son mari rentre du travail, elle l’a ouverte. En premier elle a vu la photo de cet enfant à la peau brune qui posait si sérieux, du haut de ses huit ans. C’est ce que disait la photo. Miguel. Huit ans ! Comme elle était bizarre cette photo, elle l’approcha de ses yeux ; non, ce n’était pas un défaut du cliché, mais comment était-ce possible? Il lui manquait un bout du nez, elle n’arrivait pas à le croire, mais maintenant, elle le distinguait clairement, son nez était comme déchiré ou effiloché. Elle s’empara du dossier et le lut de bout en bout, pendant que deux larmes d’impuissance coulaient sur ses joues : il disait à peu près ceci : en bonne santé, mère prostituée, …abandon…la rue…père décédé…une fusillade…recueilli par la voiture de l’Orphelinat… tentative d’em…d’empoisonnement par la mère…guayaquil, violent et puissant somnifère …mère déchue de ses droits parentaux… Elle suffoquait, c’était trop dur, il fallait qu’elle sorte, qu’elle fasse quelques pas, elle avait besoin d’air. Elle irait jusqu’à la croix, celle devant laquelle elle passait tous les jours, sur le bord de la route. On lui avait raconté que, des années avant qu’ils s’installent dans le quartier, un jeune était mort là, dans le fossé, renversé par une voiture. Avant de sortir du jardin, elle cueillit une rose blanche et la serra dans sa main. Elle irait la déposer près des fleurs en plastique de la croix, elle irait chaque vendredi : son rêve d’enfant était mort…    

        - "Miguel, viens ici enlever ton uniforme, tu vas l’abîmer “, ordonna Tía Pepa à l’enfant « Diable d’enfant, où est-ce qu’il s’est encore fourré? pensa-t-elle en scrutant le jardin. “Dans les rosiers!, ce n’est pas possible, sors de là, viens par ici” continuait à crier Tía Pepa.

     - “J’arrive” répondit l’enfant qui partit en courant vers elle comme une flèche, une rose blanche à la main.